Recibí respuesta de Pablo. Me deseaba suerte, me pedía perdón por su eterno analfabetismo emocional y me prometía la espera. Lo recibí la primera noche en Delhi, en la recepción de un pequeño hostal rodeada de viajeros cargados hasta las cejas y de gente local que movía su cabeza a ambos lados, con un significado que aún no había sido capaz de descifrar.
No contesté aquella noche, era demasiado pronto, y Pablo no merecía saber de mí, todavía no. De hecho, la verdad es que era yo la que no quería contar nada de momento, supongo que por una sencilla razón: aún no tenía nada interesante que ofrecer. Estaba en periodo de prueba, llevaba apenas unas horas y el calor me asfixiaba de tal manera que me impedía pensar con claridad.
Al entrar en el hotel, mientras esperaba mi turno para hacer el registro, decidí asomar la cabeza a la calle. Veía poco, estaba demasiado oscuro y no descubrí ninguna farola a lo largo de varios metros de algo parecido al asfalto. De pronto un señor, imagino que con cierta amabilidad que no recuerdo, me rodeó con su brazo, y agarrándome del hombro me acompañó de nuevo al mostrador, convenciéndome, con cierta autoridad, de que al día siguiente podría ver las calles mucho más animadas. Intuí que no querían presenciar a una turista blanca e histérica, corriendo por su hotel, pidiendo a gritos salir de allí. Así que se aseguró que no sacara demasiado la nariz por aquel caótico barrio.
Decidí preocuparme por escapar de aquella terrible capital inundada de turistas buscadores de energía. Opté por algo sencillo, un tren al alba me llevaría a las puertas de la ciudad rosa, allí me esperaba un coche para trasladarme a un pequeño pueblo del centro de Rajastán, dónde a su vez me esperaban otros viajeros que querían acompañarme en los primeros pasos de mi ruta.
Aquella noche, estirada en la cama, envuelta en mis propias sábanas, me costó conciliar el sueño. Ensayé varias posibles respuestas, sin embargo tenía la seguridad que no enviaría ninguna. ¿Si lo echaba de menos? Muchísimo, más de lo que me hubiera gustado. Pero no quería mostrar mi añoranza, a nadie, y menos a Pablo.
A miles de kilómetros de mi casa, en el callejón de una inmensa capital a la que había llegado en plena noche de luna llena, inmersa en un hotelucho rodeado de ruinas, a las puertas de un mercado local, y bajo un manto de oscuridad y desconocidos, muy lejos de mi círculo de confort, echaba de menos muchas cosas. Pero, es cierto que la opción de dormir abrazada al que había sido mi chico en los últimos años, era una de las mejores.
La media pastilla que me había tomado para asegurarme el sueño, empezó a hacer sus efectos. Las letras de mi teléfono móvil se desdoblaban y yo empezaba a perder de vista la pared, incluso sus descarados habitantes parecían ignorarme al fin. Poco a poco, mientras dejaba la mente en blanco, me quedé dormida, dando por acabada mi primera noche en India.
Miranda.
Texto de Jimena. Fotografía de María Chamón, Mi primera noche en India.