Sólo besos y a dormir, me dijo. Y yo le dije: ¿estás seguro? Tú mismo. Y con esa condición nos fuimos a la cama, sabiendo que con esa sencilla intención ya me notaba húmeda tan sólo al pensar que me quedaría con el caramelo en la boca, jadeante y sudada de puro placer.
Nos desnudamos al completo. Dos cuerpos lisos, sin nada más que nuestras miradas lascivas y nuestras intenciones más perversas.
Me dio el primer beso en la mejilla, lento, intenso, suave y largo, muy largo. Notaba el olor de su aliento y me ponía, obvio que me ponía. El segundo fue en la frente, igual, eterno.
No podíamos utilizar las manos así que decidió atarme al cabezal con mi propio sujetador, estaba vendida, y me gustaba. Mucho.

Tampoco podíamos utilizar nuestros cuerpos para rozarnos, sólo dulces e inocentes besos. Ese era el trato.
Y siguió acercándose a la comisura de mi boca, rozó el extremo izquierdo de mis labios y noté su lengua, un breve instante, pero la noté, siguió en el otro lado y otra vez la noté, caliente. Y mi mente iba a mil por hora imaginando como sería sentirla toda en la boca, con fuerza, jadeando a la vez, y esa prohibición hacía que humedeciera aún más mis bragas, porque el pacto eran besos, inocentes besos.
Llegó el turno del cuello y la pesadilla llegó con él. Oí un gemido seco de su garganta y me excité más, sabía que se estaba controlando y eso hacía que yo me resistiera a desprenderme de mis ataduras, pero no podía, mis manos estaban bien atadas y mi impotencia me descontrolaba.
Me lanzaba hacia él y me paraba, me agarraba de la cadera para que dejara de arquearme y yo sólo quería acercar mi sexo contra su piel, pero se apartaba.
Siguió por mi nuca y su aliento refrescaba la saliva que dejaba instalada en mi piel. Volvía a arquearme y volvía a apartarse, sólo notaba aire, y aire es lo único que me faltaba.
Se deslizó por mis pechos, sin llegar a rozar mis pezones, sólo besos, inocentes besos, máxima tortura, sin piedad. Besos lentos, pausados, rítmicos hasta la saciedad, y la lentitud me quemaba de nuevo, mi sexo se hinchaba por momentos y como un imán, de nuevo buscaba su piel, su sexo, y se apartaba de nuevo.
Llegó hasta el ombligo, lamía mi vientre y su jadeo enfriaba de nuevo su paso y yo no podía más, necesitaba contacto, presión.
Pero todavía no, porque eran besos inocentes, lugar prohibido para este juego masoquista, así que sólo podía aspirar a notar su roce constante y caliente que pasaba de un lado a otro saltándose el puto peaje a mi placer, y así siguió. Sólo mi imaginación traicionera me llevaba a la oscuridad de mi sexo porque no podía hacer nada, estaba vendida.
Al fin se despistó, se traicionó y rozó sus labios, un simple roce y entonces fue cuando estallé, saqué las fuerzas contenidas durante mi captura infructuosa hasta al momento, y, pensando en que el puto juego ya había llegado a su fin, forcé con él hasta sentarme encima suyo y susurrarle levemente al oído: ahora llega mi turno…
Con todos ustedes,
Mía.
Fotografía de Robert Mapplethorpe
Buffff…. ¿Me lo parece a mi o el calor del verano ha llegado antes este año? 🙂 Excelente
La verdad es que se presenta un veranito muy caliente, o almenos por mi parte…. Un placer leer tu comentario, te espero en los siguientes…
Mía.